Aparte de la afluencia de familiares, hubo una enorme participación de los fieles de toda la Diócesis y de fuera de ella (la Profesora Elsa Brito, Benilda Llenas, personas de La Guadalupe, desde Santiago… Cuánta gente buena quiso acompañarme; de algunos supe que estuvieron porque me lo dijeron después).
En el video de Ordenación se ven varios cartelones con el nombre de las comunidades y de los grupos, dando la bienvenida al nuevo Obispo. La mayor parte de los fieles estaba en el parque, y por entre ellos pasé al final de la celebración, bendiciéndolos.
Cantaron en la celebración el Coro de la Catedral de Baní y el Coro del Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino. Todavía me emociono cuando me viene a la mente la melodía y algunas letras de las canciones de ese día: “El Señor nos dará su Espíritu Santo. Ya no temáis abrir el corazón. Él nos dará todo su amor…”.
El ambiente estaba cargado, según dije; se sentía mucho calor, y en el caso mío, aumentado por mi gripe y porque hicieron que me pusiera los ornamentos para la Misa encima de la sotana coral. (Al final me cambié ésta por la filettàta –ribeteada–, para ir al almuerzo). Y el calor tenía, además, otra explicación: la madrugada del veintidós llegó el ciclón George, y estos fenómenos están precedidos de altas y húmedas temperaturas.
Terminada la celebración, fui a saludar –junto a varios Obispos– al Dr. Leonel Fernández y acompañantes. Luego recibí una distinción por parte del Ayuntamiento de Baní.
Después que me presenté rodeado de mi madre y mi familia, de inmediato anunciaron que yo recibiría los saludos de los presentes. ¡Válgame Dios del cielo! Yo no estaba para saludar ni a cinco personas, y aquello no acababa. Pensé que alguien me rescataría, pero nadie lo hizo. Entre los que se acercaron estaba mi tío Apolinar Bretón: qué diría Beatriz, me dijo. Se refería a la tía, ya fallecida, que me catequizó para la primera comunión.
Había un almuerzo para los familiares y algunos visitantes, incluidos los seminaristas del Seminario Santo Tomás de Aquino, pero a los pobres nadie les avisó. Los organizadores me dijeron que suponían que lo haría yo (¡!). Y a las tantas, tomaron su guagua hacia el Seminario. Todavía lo recuerdo y lo siento. (A pesar de que no hay mal que por bien no venga: se salvaron los reclusos en la Fortaleza, que disfrutaron el abundante manjar que tocaba a los seminaristas).
Del almuerzo pasó mi familia a la Casa Tabor; estuvieron un rato y luego se marcharon. Al día siguiente, como vi que había yerba en el patio trasero, agarré el machetico que me amoló Félix Martínez en Cienfuegos, y comencé a chapear la yerba. Ya iba un poco lejos en mi tarea cuando se dieron cuenta los de Casa Tabor: Abigaíl, el policía, corrió la voz, sorprendido: ¡El Obispo está chapeando! (El pobre no sabía que había llegado un obispo campesino).
Ya dije que el día veintidós llegó el ciclón George. Esa noche no dormí, oyendo el viento fuerte y pensando qué sucedería. Al día siguiente, todavía con la gripe a cuestas, le pedí al Padre Domingo (Leszek) Sobejko que me llevara hasta donde pudiéramos llegar, para ver algo de los efectos del ciclón. Cuando íbamos saliendo de Baní hacia el Este, antes de la Fortaleza, oímos que en una emisora de radio estaban anunciando que el Obispo iba a recibir y a distribuir todas las ayudas para los damnificados. Por supuesto que lo hacían de su cuenta, pues nadie había hablado conmigo para eso.
Seguimos ruta y entramos por Nizao, pasando luego hacia los lados de Palenque. Cuando ya no se podía continuar a causa de los obstáculos, dimos la vuelta para regresar. Ahí mismo había una señora barriendo las ramas que había en el patio y me dijo: “Mire lo que nos trajo”. Había participado en mi Ordenación, y ahora bromeaba conmigo. Yo no recuerdo si alcancé a decirle lo que pensé: que podía estar barriendo algo más que ramas. Después de todo, el ciclón no hizo tanto daño por esos lados.
Nos dijeron que Semana Santa, de Yaguate, se había acabado. E hice que el Padre se dirigiera hacia allá. Al llegar nos dimos cuenta de que apenas había volado algunas hojas de zinc. De ahí tomamos la ruta de Baní, en donde nos detuvimos en una farmacia, pues mi gripe (y no solo George) necesitaba algo de atención.
No sé si con el mismo Padre Domingo o con el Padre Guillermo Sierra me dirigí luego hacia El Cacao, San Cristóbal. Allá si se notaba el paso del ciclón. No he olvidado la visión de las lomas, antes cubiertas en gran parte por el follaje de las amapolas; ahora estaban totalmente claras: no había una guama con ramas, pues todas habían sido desguazadas por el ciclón; solo se veían abundantes flecos blancos en donde hubo caña de árbol y follaje.