En la entrega pasada, comentaba que la prudencia es una virtud cardinal. Y, seguramente, pensaste en los puntos cardinales: Norte, Sur, este y Oeste. Como los que señala esta columna, “Brújula”.
Pues, bien, no te equivocas. Las virtudes cardinales orientan la vida en la comunidad, las relaciones humanas. Por eso, también son llamadas “virtudes morales”. De hecho, “Cardinal” viene del latín cardo, que significa fundamento, principio. Las virtudes cardinales son, entonces, fundamentales.
Hay otra cosa a reflexionar: no se tratan de virtudes “ornamentales”, para “portarnos bien”. Las virtudes cardinales se unen con otras muy importantes para los cristianos: con las virtudes teologales, que son la vida de Dios en nosotros. Juntas, construyen a la persona, la humanizan, realizan el sueño de Dios al crearnos: plenamente humanos y, a la vez, plenamente hijos de Dios. Por eso, su impacto es crucial para la construcción de una sociedad más justa y sana y, leídas en clave de evangelio, para hacer realidad entre nosotros el Reino de Dios.
Ya sabemos que la prudencia es una virtud cardinal. Pero faltan tres, dado que los puntos cardinales son cuatro. Estas son la justicia, la fortaleza y la templanza. Y las virtudes teologales son la fe, la esperanza y la caridad